miércoles, 6 de mayo de 2009

Los Puntos Perpendiculares.


Todos se reunieron en la plazoleta. Por primera vez veían algo tan misterioso.

Primero fue un punto, en el cielo. Negro como una mancha de pluma fuente. Lo que inquietó a Mariano.

Mariano, el que siempre veía los cielos. Todos los días.

Al principio nadie prestó atención a sus desaforados gritos. Comenzó a corretear por la aldea chillando a viva voz “!!NO SE MUEVE, NO SE MUEVE, NO SE MUEVE!!”.

Aquella algazara, tomada por los vecinos como otra subida de azúcar, no despertó nada más que órdenes de hacer callar al pobre. El Sol era intenso, muchos tapaban sus rostros, formando una visera con sus manos.

-¡NO SE MUEVE, NO SE MUEVE, NO SE MUEVE!- seguía gritando Mariano. Hasta que finalmente cayó tendido boca arriba en la plazoleta.

Pasaron las horas, y el sol avanzó, a través de la bóveda celeste, en su ruta cotidiana. Al disminuir la intensidad de sus rayos inclementes, se volvió nuevamente evidente el perturbador hallazgo del joven que siempre veía los cielos. Pero las personas lo ignoraban.

Mariano gritó agudamente. Como la niña que sufre un susto mortal. Su piel palideció. Sus ojos se abrieron en un gesto de impresionante sorpresa, ante el escenario celestial. El eco de su alarido fue escuchado por varios gentiles hombres que se acercaron para averiguar lo que le ocurría al joven.

Parados a su alrededor, inspeccionaron su estado. Notaron cómo, muy calladamente, susurraba muy rápido: “No se mueven, no se mueven, no se mueven”. Una y otra vez.

Don Eleazar, un viejo respetado en la aldea, dirigió su vista hacia lo que Mariano estaba viendo. Su boca se abrió en una mueca de incomprensión, luego de decir:

-…En verdad no se mueven..-

Fue entonces cuando los demás le imitaron, a subir la mirada.

Paulatinamente se acercaron más y más personas. Intrigadas por el grupo de vecinos, que paralizados, veían el cielo sin taparse los ojos.

Luego de unos minutos, toda la aldea estaba reunida en la plazoleta. Presas del miedo, o de la sorpresa, o de la estupefacción, todos quedaron clavados en la admiración de semejante evento.

Ya no era un punto negro, sino una veintena de puntos. Totalmente inmóviles. A una altura muy elevada. Puntos negros similares a las oscuras aves de carroña, que acostumbradamente vuelan, describiendo círculos en el cielo, para divisar su comida.

Pero aquello no eran aves. Las aves se mueven. Estos puntos estaban totalmente estacionados, en aquellas alturas.

Todos esperaron, a que algo pasara. A que aquellos alejados puntos describieran algún movimiento, pero no lo hicieron. En vez de eso, fueron apareciendo poco a poco, más y más puntos. Igual de oscuros y diminutos. Nadie se movió a llamar a alguna autoridad cercana. Todos se quedaron seducidos.

Ya no eran una veintena, tal vez había centenares o miles. Dispersados en todo el firmamento. El sol estaba menguando. Nadie revisó cuanto tiempo había pasado.

Justo a la séptima hora con quince minutos. Un desenfoque gradual de la visión dio paso a que así, de repente, en el mismo tiempo que tarda una persona en pestañear, los puntos inmóviles que manchaban aquel cielo ya bañado en una parcial oscuridad taciturna, desaparecieran de la vista de todos los presentes.

Mariano lloró de la felicidad.

Unas horas más tarde falleció, sin conocerse nunca la causa.

Jamás volvió a verse algo igual, en ese o en algún otro lugar. La magnitud de aquel fenómeno jamás fue formalmente registrada. Pasada por alto, y relegada al olvido, terminó cayendo en manos de Adrián Dumain, mientras enunciaba su estudio sobre los Universos Perpendiculares.


ESCRITO POR:
A.J. FLORES
03042009

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