miércoles, 6 de mayo de 2009

Los 154 balazos.



Las botas llenas de tierra arrastraban a su paso la polvareda del cansancio y el agotamiento. Las correas repletas de cartuchos de rifle, aportaban aun más peso a la fatiga. Una brisa seca ponía ásperos los ojos de los tres rebeldes.

Aquel 19 de Junio de 1916, alrededor de 2500 soldados a caballo y a pie, dispersados en varios batallones, pertenecientes a uno de los regimientos al mando del General Black Jack Perching, rastreaba las lejanías desérticas y aparentemente solitarias del norte de Chihuahua. La búsqueda que meses atrás había comenzado, parecía no tener descanso, ni Pancho Villa, ni sus hombres dejaban señales de su ubicación precisa.

El sonido de un disparo solitario distrajo a los jinetes yanquis, proveniente de un cerro que para ellos era desconocido. Temiendo una supuesta emboscada se hizo el llamado de alerta y se alistaron las filas para preparar la defensiva. El grupo total reunido era de 150 hombres, entre soldados y jinetes, no hubo heridos. Al parecer, los demás batallones cercanos, no respondieron al llamado de alerta, por lo que aquel grupo tuvo que afrentar la supuesta emboscada con los recursos y hombres de los que disponía en ese momento.

- ¿De donde ha provenido aquel disparo? – preguntó a su primer oficial, el Coronel J. Bradley.
- Sin duda provino del lado Este del cerro, señor…

Para el asombro del Coronel Bradley, apenas el primer oficial hubiera terminado de pronunciar la última sílaba de su frase, un fugaz silbido y algo que impacta en el cuerpo de éste, dejándole inerte unos cuantos segundos. El Coronel y los demás presentes quedaron paralizados ante la inminente ofensa.

Tras caer el cuerpo, el horror se hizo realidad.

Una intensa y despiadada balacera comenzó en el escenario. Los jinetes e infantes se movieron en el acto con rifles en mano descargando municiones contra un enemigo que ninguno veía a pleno mediodía. Las miras yanquis apuntaban hacia el cerro, el agudo sonido de las balas al impactar contra las rocas recalentadas por el infame sol fue interrumpido por el “Alto” del Coronel.

Un silencio sepulcral inundó el ambiente. La brisa se detuvo, el polvo no se movía del sitio. Ni siquiera los caballos relinchaban, al parecer la respiración de todos había quedado muda. Todos hacían el mayor esfuerzo, para poder captar la más leve señal del enemigo.

Pero nadie escuchó algo. El Coronel Bradley temiendo haberse quedado sordo. Gritó enseguida:

- ¡DEN LA CARA RATEROS… CUATREROS VILLISTAS! ¡SI ES QUE AUN LES QUEDA VALOR, DE LUCHAR COMO HOMBRES! ¡SI ES QUE AUN SE CONSIDERAN HOMBRES!

El eco de aquel grito retumbó por los rincones empedrados del lugar sin vida. Nadie dio la cara.

La furia e indignación del Coronel, lo impulsó a tomar la decisión de recorrer el lado Este del cerro, ascendiendo y dispersando toda la tropa en la búsqueda de lo que él consideró una veintena de cobardes villistas escondidos entre las grutas. Fáciles de cazar.

Sin embargo, y luego de unos minutos, la balacera volvió a sepultar el silencio. Se confundieron los rifles de los yanquis con escalofriantes y certeros disparos de revólver.

La ira se volvió confusión, la confusión se volvió desesperación, y la desesperación se hizo horror.

Bradley, pudo ver como uno por uno iban cayendo sus hombres. En 6 minutos La tropa quedó reducida a su única presencia despavorida, que corría por entre las piedras, escapando y dando tumbos hacia el desierto. Gritando maldiciones, presa del horror, jalaba el gatillo, brazo extendido en dirección a la siniestra formación rocosa, disparando sin ver si quiera las últimas tres balas que quedaban en su pistola.

Luego de una intensa carrera, cayó entre las rocas del árido suelo, asfixiado, pálido, y con la mirada desorbitada. Muriendo sin escuchar nada. Muriendo sin haber recibido un solo disparo del enemigo. Pero lo más insólito es que el Coronel Bradley, murió sin saber contra quién se enfrentaba y sobre todo sin saber, que unos minutos atrás, había dado muerte a aquel desconocido enemigo.

El 21 de Junio del año 1916, mientras atardecía, una cuadrilla de guerrilleros recorría con presura las secas tierras, amparados por la naciente sombra, y por los cañones que enfundaban. Llegaron rápidamente al cerro que un mes atrás habían dejado de usar como lugar de escondite, por razones estratégicas.

Un olor inesperado crecía en el lugar. Para su sorpresa vieron como cadáveres con uniforme de militar yanqui estaban tirados en diversas zonas del cerro. Todos con una sola herida de bala. No salían de su asombro, y pensando que el cerro había sido nuevamente tomado por los ejércitos rebeldes del General Villa, llamaron en clave al vacío, pero solo el eco respondió nuevamente.

Intrigados, continuaron su búsqueda y se dirigieron a la gruta donde acostumbraban a reunirse. Encontraron tres cuerpos sin vida, que resultaron familiares.

- ¿Pos qué pasó acá?
- Ahi tan los hermanos Juarez...
-¿Los ciegos?...
- No hay de otra, son ellos.
- Esto es cosa del diablo, compadre...

Antonio Villegas y los demás rebeldes revisaron a los tres desafortunados hermanos, ya tiesos, con las pistolas aun en mano, y sus blancuzcos ojos abiertos. Cada uno con una sola herida de bala. Al revisar los bolsillos para verificar algún mensaje escrito, no dieron con nada.

Tan sólo encontraron un retrato de los tres en la chaqueta del mayor, que Villegas guardó con recelo. Nadie más supo o contó lo que pasó en aquel desolado, y desde entonces, maldito lugar.

escrito por:
A.J. Flores
31032009

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