miércoles, 6 de mayo de 2009

Culpable.


Año 1931. Es la época lluviosa en febrero.



“Quizás estuve equivocado, quizás estuve borracho. Pero eso nadie lo comprobó. Por eso pienso que estoy en lo correcto, sólo que vosotros no me entendéis. Es más, me atrevería a decir que vosotros nunca han sabido lo que es amar. Hablaré entonces, para que mi situación sea entendida. Vosotros leeréis este mensaje. Estoy seguro.”

Aun la recuerdo. Estoy perfectamente seguro de todos y cada uno de sus gestos, de sus miradas perdidas, del movimiento de sus pies, del tamborileo de cada uno de sus dedos, sobre aquella taza de café, de la apertura sensible de su boca, de sus labios rosados, de cómo las luces del café iluminaban vagamente su cabeza roja, de su piel blanca, de cómo el humo del café caliente volaba con cada una de sus exhalaciones, de sus vestidos con encaje y florecillas, de su chaquetón mostaza, de su perfil de niña, de su aura verdosa, de su solitaria espera.

La recuerdo perfectamente, más de lo que vosotros recordáis a vuestras esposas….

Esperad, pronto llegaré a esa parte. Siempre en esta época provoca tomar una buena taza de café. Nunca acostumbré otros hábitos perniciosos, exceptuando el cigarrillo.

El primer día que la ví, fue un día diferente. Olvidé lo que estaba pensando en ese instante, dejé hablando solos a mis compañeros. Yo me quedé prendado, por aquel espectáculo visual. Era lo más extraordinario que había visto en mi vida.

Podía ver todos sus colores, su aura, en su más compleja abstracción. Limpié mis ojos, y seguía allí, algo que no era luz, ni vapor, ni algo que se debiera a problemas oculares. Decidí callarme, pues miedo sentí, de que mis compañeros se burlaran de mí. Miré a mi alrededor, y nadie parecía notar lo que yo observaba. Eché un vistazo a mis compañeros de mesa, y a ninguno podía encontrarles aquellos matices ultrahumanos. Era sólo a ella.

Veréis vosotros, que mi situación en este punto, fue incómoda y placentera al mismo tiempo. De verdad estaba viendo la hermosura, en su máxima y compleja expresión, mística y física. De verdad había entendido las variables que componen la estructura del fenómeno “hermosura” en el universo. Era algo más allá de la simetría clásica.

Esperadme, por favor. Tan solo dejadme explicarle, los detalles, todos los detalles.

Las gotas a veces caían con más o menos intensidad. Pero en mi mente solo había algo: la chica sola. Siempre estaba sola. Cada tarde, en la misma mesa, a la misma hora, tomando aquella taza de café. Incluso le colocaba la misma cantidad de cubos de azúcar. Y yo continuamente fui a verla, sentado en el lugar idóneo, para pasar desapercibido. Recuerdo que de mis ojos brotaban lágrimas, pues pasaba minutos sin pestañear.

Siempre estaba ella, la que leía cada gota que caía en el suelo mojado, la que escrutaba cada silencio, la que sonreía mejor que La Gioconda. La que de sólo verla, olerla y sentirla, ya concebías que la conocías profundamente, que intuías sus hábitos, sus miedos, sus mañas, sus talentos y encantos. Era ella, la distante. Una mujer perfecta para amar.

Los días pasaban y yo siempre hacía lo mismo cada tarde. Verla.

Renuncié al trabajo... o creo que ellos me despidieron. Lo cierto fue que sólo despertaba para ir al café. Dejé de usar paraguas, me empapaba y nunca me importaba. No enfermaba.

Sentía que se acercaba el día para hablarle, saber su nombre y sobre todo preguntarle: ¿Qué era eso que la hacía esperar, cada día en el mismo lugar?.

¡Entendedme!

Desperté aquel día, suponiendo que estaba efectivamente enamorado de aquella mujer. Me levanté decidido en hablarle por primera vez, curiosearle su enigmático nombre y acabar con la enfermiza costumbre de verla de lejos. Eso ya me incomodaba.

Caminé glorioso, vestido con el mejor traje que me quedaba, preparando mi artillería de verbos y eufemismos, para conquistarle. El sol brillaba con ternura en el despejado cielo. Las tonalidades se hacían súbitamente más perceptibles. Era esto el amor. ¿El primer amor a primera vista? Enamorado de alguien, que estaba totalmente seguro, era diferente a cualquier persona sobre la tierra. Pronto iba a saber su nombre. Era la gloria.

¡Imaginad cómo me sentía!

Al llegar… el café, vacío estaba. No estaba la mujer. No había rastro de su olor, ni de su sombra siquiera. La mesa permanecía vacía. No había taza. No estaba. No estaba. No estaba.

¿Qué fue lo que salió mal?

Sequé las lágrimas de mis ojos y me senté a esperar en la mesa que ella siempre ocupó. Pero el día pasó y ella no dio rastros de existencia. La mujer de cabellos rojos, y aura verdosa. La mujer que esperaba, mirando a la soledad. No quise preguntarle a nadie, no quise que se burlaran de mi.

¿Comprendéis mis palabras? Ahora sentado permanezco, mirando a la soledad. Sentado en la misma mesa, alumbrado por el mismo farol, y escuchando la misma canción, llamada “Guilty”, que nunca dejó de sonar en la misma radio estación, desde ese día.

Esperando mientras afuera sigue lloviendo, a que vuelva la mujer sola. No quiero sentirme culpable. Nunca supe su nombre. Ahora sigo, tomando la misma taza de café.

Escrito por:
A.J. FLORES
02012009

1 comentario:

  1. La canción del blog es la que es mencionada en este relato!.
    Gracias.
    A.J. FLORES

    ResponderEliminar