miércoles, 6 de mayo de 2009

Los Cosmonautas.



Mi reloj estaba adelantado 9 minutos. Había escuchado, que sólo de esa manera podría adelantarme a los hechos. Que sólo de esa manera encontraría la verdadera correspondencia. Y en efecto llegó.

Siempre creí ingenuamente en la existencia de las pistas ocultas, de las señales dejadas, y siempre las busqué, pero nunca daba con ellas. Todos los caminos me conducían a calles ciegas, atrapado estaba, en un inmenso laberinto de pistas erradas.

Sin embargo aquel 20 de Febrero, para mi asombro, la pista me encontró.

El teléfono sonó con descaro, el reloj marcaba la 1 y 9, ante meridiem.

- …Hoy en la estación central.- fue lo único que dijo una voz masculina de desconocida procedencia. Aquel mensaje interrumpió mi sano sueño. La intriga me impulsó a encontrar la fuente de esa llamada. Era el instinto, de que por fin había llegado el día en el que me toparía con lo desconocido. Esperé la hora indicada para salir.

Era mientras caminaba, apenas despuntado el alba, que comenzó aquella extraña sensación, aquel sentimiento de ajenidad con respecto al resto de las cosas que me rodeaban.

Estábamos en ese lugar e instante, un yo y un gran signo de interrogación, que al parecer me había acompañado durante toda mi vida. Un gran signo de interrogación bajo cuya sombra habría crecido el mundo que mis sentidos captaron como suyo propio. Así lo sentía.

Y ahí estaba la Estación Central, recién abierta a los usuarios de aquel día. Me senté, y esperé atento.

Nada ocurría, sólo gente, moviéndose constantemente. Escudriñaba sus conversaciones al pasar frente a mí. Busque algo especial entre ellos, pero nada anómalo había. Ningún teléfono sonaba cerca. La frustración comenzaba a germinar en mi semblante. El reloj de la estación marcaba las 2 y 2, post meridiem.

Fue en ese momento, cuando me percaté de que bajo mis viejos zapatos se hallaba un pequeño trozo de papel, ya sucio y marcado por indiferentes pisadas. Era una pequeña tarjeta blanca, del tamaño de una tarjeta de presentación. La tomé.

Mis ojos no podían dar crédito. Mis manos sujetaron con dificultad aquel enlace entre lo insólito y lo creíble.

Con letra de máquina de escribir claramente se leía, la fría y anónima revelación:

“Gagarin no es el primero.”

Mi reloj marcaba las 2 y 11 post meridiem.


escrito por:
A. J. Flores
30032009

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