jueves, 7 de mayo de 2009

La puerta que camina.


Existen puertas que no han sido abiertas en mucho tiempo. Otras puertas son difíciles de ver, pues pasan inadvertidas. Hay puertas que siempre han estado y estarán cerradas. Y en algunos casos, muy extraños, hay puertas que caminan.

Esta es la historia de una de esas puertas, una de las más misteriosas de todas.

Fue olvidada con el tiempo y durante largas Eras, anduvo alejada de los hombres curiosos y avaros.
Incluso los gitanos olvidaron la existencia de tal puerta.

Muchas de las llaves que permiten abrir este tipo de puertas han estado perdidas desde siempre, o fueron escondidas por personajes que hace mucho murieron. No obstante, algunas llaves, han quedado muchas veces a nuestro alcance, incluso podemos llevarlas con nosotros a diario, y desconocer su verdadera función.



Es el año 1992.

Julián y León, los inseparables hermanos, hijos de un viudo periodista desempleado, todas las noches escuchaban una historia diferente de parte de su padre.

Éste pensaba, que los relatos les harían olvidar a los niños, todas las carencias padecidas, producto de la crisis económica que azotaba en aquel entonces a la reducida familia. Es por esta razón, que los inseparables hermanos, crecieron con una admirable sagacidad y perspicacia, superior a la de sus contemporáneos.

Por azares del destino, aquel entregado padre consiguió un trabajo como vigilante nocturno en una fábrica del centro de la ciudad. Oportunidad que no desaprovechó, admitiendo además, jornadas cada vez más largas a fin de cubrir sus numerosas deudas y continuar llevando el sustento a sus hijos.

Un domingo en la noche, antes de que los niños se durmieran. Julián y León escucharon atentamente:

- Espero que comprendan nuestra situación, debo aceptar esta oportunidad, y sacarle el mayor provecho, todos debemos hacer sacrificios. El que yo haré no será trabajar de más, si no pasar menos tiempo con ustedes. Por eso te encomiendo a ti Julián, cuidar de León mientras yo no esté...Y a ti León te encomiendo cuidar de tu hermano, como el escudero cuida del caballero, ¿entendido? …– los niños asintieron con un movimiento de cabeza y una mirada melancólica. – ..Ahora bien – dijo sacando un manojo de llaves. – estas son las llaves de mi trabajo, pero estas dos son para ustedes, una es la llave de esta casa, y la otra es la llave que guardarán, para cuando algo insólito pase, ¿entendido?

- ¿Qué es eso insólito? – preguntó León.
- No lo sé… pero guarden esas llaves. ¿Cosas insólitas están pasando a diario y uno nunca sabe no? - dijo guiñando el ojo izquierdo como solía hacer al culminar una historia.

Así comenzó el distanciamiento entre padre e hijos.

A partir de aquel entonces los chicos comenzaron a dormir solos, sin escuchar historias. Todo parecía normal, hasta que cierta noche León despertó a Julián:


-¿Porqué gritan tanto las guacharacas?
- No lo sé… déjame dormir.

Aquella algarabía duró un par de minutos. León observó el reloj. Éste marcaba las 12 y 41 minutos.

A la siguiente noche, ocurrió lo mismo. Todo estaba en silencio, hasta que de repente, comenzaron a gritar las guacharacas con estrepitoso afán y excitación.

- Julián ahí está de nuevo… las guacharacas... ¿Escuchas?
- Seeh… ¿Qué quieres que haga? Duerme, mañana hay que madrugar.

Los alaridos cesaron en unos minutos. León observó el reloj y este marcaba las 12 y 41 minutos de la noche. Aquel hallazgo le sorprendió.

Al día siguiente le exigió a su hermano mayor, una mayor atención al fenómeno, pensó pues, que aquello debía representar una pista del evento insólito que su padre les mencionó antes de partir. Julián acepto de mala gana.

En esa noche estuvieron en vela, con el reloj a su lado y escudriñando por la ventana de su cuarto, observando la montaña al frente de ellos, y escuchando el movimiento de los árboles. El cielo estaba despejado, y por encima de sus cabezas brillaba una luna en cuarto creciente.

Esperaron y esperaron.

Todo callado. León con sus 5 sentidos en estado de alerta. Julián adormecido. De pronto. Apareció el fenómeno... Poco a poco como si viniera de este a oste de la montaña, fue apareciendo el escándalo de las guacharacas. No había sonado nada que las alterara, ninguna sirena de ambulancia, o similar. Nada. La algarabía surgió de repente y se fue intensificando progresivamente.

Los hermanos se quedaron paralizados. Percibiendo el más mínimo detalle.

Hasta que todo se calló. A la hora, 12 y 41 minutos de la noche… Se miraron atónitos.

- Mañana hablaremos de esto… – sentenció Julián.-.. Por ahora debemos dormir, no es bueno sacar conclusiones de noche.

Camino al colegio, el hermano mayor reflexionó y llegó a la siguiente conclusión:

“Aquel fenómeno era lo suficientemente poco usual, como para poder ser considerado algo insólito. Por ende, debía ser investigado con profundidad a fin de encontrar las posibles respuestas”.

La inmensa curiosidad que inundaba a los jóvenes los transformaba en indicados para llegar al meollo de aquel asunto, la inocencia jugaba un papel importante, pero ellos no eran conscientes de ello. Necesitaban encontrar sus propias respuestas, ahora que su padre no estaba para acompañarlos.

Cuando se hizo de noche, ya estaban preparados con reloj, linternas, abrigos y ropa optima para excursionar. Debían partir inmediatamente al escuchar la primera hilaridad.

- ¿No será peligroso? Tengo miedo.- se quejó León.
- Tú fuiste el que comenzó todo esto, no te puedes echar para atrás. Esperemos a ver que pasa.

El reloj marcaba las 12 y 38 minutos cuando empezó a escucharse muy levemente el griterío lejano de las guacharacas. ¡Era ahora o nunca!

Los hermanos salieron de prisa, aprontados con todas sus ganas de aventurarse en lo desconocido. Salieron del edificio y cruzaron la calle ya abandonada y solitaria. Saltaron las rejas que separaban el pie de la montaña con la calle y se encontraron en medio de una insondable oscuridad arbórea.

El grito de las guacharacas estaba en movimiento. Encendieron las linternas y comenzaron a correr a tientas por entre las raíces de los árboles. Persiguiendo aquel rastro sonoro y aquel rozar de alas y plumas que parecían batirse alocadamente. León miraba siempre su reloj. De pronto le dijo a Julián:

- ! Ya son las 12 y 41, hermano!
-No importa, debemos de seguir el sonido hasta su fuente.

Los gritos no cesaron. Al contrario, siguieron haciéndose más cercanos. Continuaron corriendo pues, ascendiendo e introduciéndose en la densidad de la oscura montaña.

Julián a la cabeza, extendió su brazo para sujetar la mano del ya cansado León. Remolcándolo entonces, a través de aquel recorrido frenético.

-Debes protegerme como un escudero protege al caballero.- le repetía continuamente. Era como si hubieran pasado horas en movimiento. Corriendo solos por la oscuridad y sin rumbo. A pesar de sus condiciones, extrañamente no sentían miedo sino curiosidad.

De pronto, sucedió lo increíble.

El ruido cesó. Habían llegado a un claro. Podían ver sobre sus cabezas el despejado cielo, inundado de estrellas, y aquella luna en cuarto creciente. Una brisa suave movía las hojas a su alrededor.

Ahora había algo frente a ellos. Un árbol delgado, de pocas ramas. Sobre él, una multitudinaria reunión de guacharacas tenía lugar. Todas calladas, observando a los hermanos agudamente.

Era un escenario insólito.

Los hermanos se miraron, con la boca abierta.

Las raíces de aquel árbol no estaban bajo tierra. Estaban fuera del suelo, como si de patas se trataran, pero ya no se movían, estaba inerte.

León volvió a observar el reloj. Este aun marcaba las 12 y 41. Julián camino suavemente hasta el árbol. Nunca soltó a León. En la corteza había una puerta finamente tallada. Y una cerradura. Los hermanos se miraron.

León sacó de su bolsillo derecho la delgada y amarillenta llave. La introdujo en la cerradura y dio vuelta. La puerta se abrió ante aquellos dos niños que no sentían miedo.

Detrás de la puerta. Había un espejo.


Escrito por:
A.J. FLORES
13042009

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